Una nueva mirada al Devónico, la extinción del Ordovícico y otras adversidades.
Un equipo de la Universidad de Keele descubrió la conexión entre las extinciones masivas en la historia de la Tierra y las erupciones de estrellas supernovas. El doctor Alexis Quintana, que actualmente trabaja en la Universidad de Alicante, y el doctor Nick Wright estudiaron los patrones de distribución de estrellas masivas cerca del Sistema Solar. Al comparar la frecuencia de las catástrofes estelares con la periodicidad de la desaparición de especies, los científicos hallaron una coincidencia asombrosa.
El período Devónico tardío, fechado hace 372 millones de años, se caracterizó por la extinción de aproximadamente el 70% de todas las especies de organismos vivos, lo que cambió radicalmente el equilibrio de los ecosistemas acuáticos. La catástrofe del Ordovícico, ocurrida hace 445 millones de años, borró de la faz de la Tierra al 60% de los invertebrados marinos —en aquellos tiempos, la vida se concentraba predominantemente en los océanos—. Durante mucho tiempo, los especialistas no pudieron determinar la causa principal de estos desastres, aunque muchos estudios apuntaban a la destrucción de la capa de ozono del planeta.
Se elaboró un mapa detallado de estrellas gigantes de tipo OB en un radio de 3.260 años luz alrededor del Sol. Estos gigantes celestes, al final de su existencia, agotan su combustible termonuclear y se contraen bajo la influencia de la gravedad. El resultado es la colosal explosión de una supernova, uno de los eventos más energéticamente poderosos en el Universo. El equipo científico calculó la periodicidad de tales cataclismos hasta una distancia de 65 años luz (unos 20 pársecs) de nosotros, una distancia crítica para la biosfera terrestre.
La explosión de una supernova cerca de la Tierra desencadena una serie de procesos devastadores: por ejemplo, debido a reacciones químicas en la atmósfera, se forman lluvias ácidas, y los organismos vivos reciben una dosis letal de radiación solar. De nuevo, se destruye la capa de ozono. Un daño grave al escudo atmosférico convierte amplias regiones en zonas de riesgo biológico. Sin embargo, cuando en tales condiciones desaparecen algunas especies, otros “jugadores” más adaptados ocupan los nichos ecológicos vacíos.
Aquí está la naturaleza paradójica de las estrellas masivas: ellas sintetizan elementos pesados sin los cuales no sería posible la formación de planetas, pero su desaparición conlleva una amenaza potencial para la vida que acaba de surgir. En la Vía Láctea actual, dichas explosiones ocurren una o dos veces por siglo. La probabilidad de que estalle una cerca de la Tierra es ínfima, aunque teóricamente posible. Las estrellas gigantes más cercanas —Antares y Betelgeuse— consumirán sus reservas en el próximo millón de años, pero su posición garantiza la seguridad de nuestro planeta.
Los científicos siguen teniendo muchas otras preguntas: la velocidad de recuperación de la atmósfera tras los picos de radiación, las diferencias en la respuesta de organismos terrestres y marinos ante el aumento de la radiación cósmica. Con el tiempo, se encontrarán respuestas también a estas cuestiones. La investigación no solo explica las causas de las antiguas catástrofes, sino que además ayuda a rastrear el camino de los elementos químicos en la galaxia, a comprender los mecanismos del nacimiento de agujeros negros y estrellas de neutrones. Y, por si fuera poco, los datos obtenidos mejorarán considerablemente el funcionamiento de los detectores de ondas gravitacionales, lo cual, sin duda, conducirá a nuevos descubrimientos aún más apasionantes.