La televisión española avivó un debate ético.
Una emisión televisiva en España ha conmocionado a la opinión pública, permitiendo a los participantes escuchar las voces de sus seres queridos fallecidos, recreadas con inteligencia artificial. Los algoritmos no solo replican las voces de los difuntos, sino que también mantienen una conversación, formulando preguntas profundamente personales que provocan intensas emociones en los espectadores.
A esta tecnología se la ha llamado “resurrección digital” y permite recrear no solo la voz, sino también la apariencia de las personas fallecidas. El programa ha generado encendidas discusiones entre filósofos y juristas, obligando a la sociedad a cuestionar los límites de lo aceptable en el uso de las tecnologías actuales.
Uno de los principales problemas radica en que estas copias digitales pueden distorsionar el curso natural de los recuerdos sobre los seres queridos. La memoria humana es cambiante; reformulamos el pasado de forma gradual, pero una imagen creada artificialmente lo fija en un punto determinado, alterando el proceso natural de lidiar con la pérdida.
Los psicólogos advierten sobre la dificultad de recrear la verdadera personalidad de una persona. Cada ser humano es una combinación única de experiencias de vida, relaciones con otros, emociones y pensamientos. Intentar reproducir esta complejidad puede derivar en una versión simplificada e idealizada, reflejando solo lo que los vivos creen que era la persona fallecida.
Aceptar la muerte de un ser querido es un paso crucial para la recuperación psicológica. El contacto constante con una copia digital impide avanzar por todas las etapas del duelo y alcanzar el equilibrio emocional. Así, una tecnología diseñada para aliviar el dolor corre el riesgo de intensificar el sufrimiento.
Surgen entonces preguntas: ¿quién tiene derecho a decidir el destino del doble digital de una persona que ya no puede opinar? ¿Cómo establecer los límites de lo permisible al reproducir la voz o los gestos del fallecido?
También preocupa el aspecto comercial de la cuestión. Convertir en fuente de ganancias un proceso tan íntimo como el duelo pone en duda los principios morales de las empresas desarrolladoras. Existen claras contradicciones entre las buenas intenciones declaradas y las posibles consecuencias. El dolor y la pérdida son partes fundamentales de la experiencia humana, necesarias para el crecimiento personal.
Los filósofos plantean la delicada línea entre el consuelo de los afligidos y la explotación de sus emociones. Aunque los desarrolladores deseen sinceramente ayudar a las personas, la mera idea de obtener ganancias del dolor ajeno resulta sospechosa.
Representantes de la bioética proponen desarrollar mecanismos legales que protejan tanto la memoria de los fallecidos como el bienestar psicológico de sus allegados. Los médicos y psicoterapeutas, por su parte, advierten sobre el peligro de desarrollar una dependencia hacia las copias digitales.