La sonda superó otra prueba de resistencia.
La sonda espacial Voyager-1 , lanzada en 1977 y convertida en una auténtica leyenda de la exploración espacial, enfrentó recientemente una prueba que pudo haber sido la última de su misión. El aparato, que se encuentra a una distancia inimaginable de casi 25 mil millones de kilómetros de la Tierra, estuvo al borde de perder toda comunicación con el equipo científico.
Los dramáticos acontecimientos comenzaron el pasado otoño, cuando la sonda dejó de transmitir datos coherentes de manera inesperada. Durante seis meses, los ingenieros de la NASA recibieron únicamente un flujo de información sin sentido, prácticamente inútil para las investigaciones. La culminación de los problemas técnicos llegó el 19 de octubre, cuando el contacto se perdió por completo, y todo indicaba que la misión de décadas había llegado a su fin.
El equipo del programa espacial se enfrentó a un desafío monumental: restaurar la comunicación con un dispositivo situado tan lejos que las señales tardan más de un día en llegar. Cada acción requería una precisión extrema y una cuidadosa planificación.
Sin embargo, se encontró una solución: los ingenieros de la Red del Espacio Profundo (Deep Space Network) decidieron activar un transmisor de radio de banda S que no se utilizaba desde 1981. Este dispositivo consume menos energía, pero emite señales mucho más débiles. Muchos consideraron que captar esa señal, dada la inmensa distancia, sería prácticamente imposible. A pesar de ello, contra todo pronóstico, lograron localizar la tenue señal.
Tras este primer éxito, el equipo de la NASA inició una fase aún más compleja: la restauración completa de la funcionalidad de la sonda. En la semana del 18 de noviembre, no solo reactivaron el transmisor principal de banda X, sino que también pusieron en marcha cuatro instrumentos científicos, que continuarán explorando las regiones inexploradas del espacio interestelar.
El Voyager-1 sigue adelante con su gran misión, iniciada hace casi medio siglo. En este tiempo, la sonda ha dejado de ser simplemente un aparato espacial para convertirse en un verdadero símbolo del deseo humano de explorar el universo, superando distancias colosales y limitaciones tecnológicas.