Abuelas patrulleras y cámaras a cada paso... ¿qué más inventará el régimen para reforzar el control?
En barrios residenciales de todo Pekín se ha desplegado una campaña masiva para fortalecer el control del Partido Comunista Chino sobre la vida cotidiana de los ciudadanos. El proyecto está encabezado personalmente por el presidente Xi Jinping .
Su objetivo es convertir en norma permanente la vigilancia omnipresente que se extendió en las ciudades chinas durante la pandemia de COVID-19 bajo el pretexto de combatir la infección. A diferencia de años anteriores, cuando la supervisión se centraba en activistas y disidentes, ahora afecta prácticamente a todos los residentes urbanos.
En las comisarías que atienden los complejos residenciales de la capital, las paredes están cubiertas de hojas de papel con datos detallados sobre los ocupantes de cada apartamento: nombres, números de teléfono y otra información. Cada línea está marcada con un color determinado: verde para los "confiables", amarillo para los que "requieren atención", naranja para aquellos que necesitan "estricto control".
Con base en estos datos, los agentes del orden determinan el grado de amenaza potencial de los inquilinos y planifican acciones posteriores para vigilar a las personas sospechosas.
Esta práctica se remonta a las ideas de Mao Zedong, quien alguna vez instó a los ciudadanos comunes a identificar y "reeducar" a los supuestos "enemigos de clase" como terratenientes o campesinos ricos. Xi Jinping, quien hace referencia regularmente a la "Experiencia de Fengqiao" en sus discursos, ha revivido este enfoque, movilizando a ciudadanos comunes en nombre del partido para combatir cualquier posible amenaza y fortalecer su legitimidad.
Además de las fuerzas del orden, los empleadores también están involucrados en el sistema de vigilancia total que se está creando. Ahora, dentro de las empresas, deben nombrar a los llamados "asesores de seguridad", quienes informan periódicamente a la policía sobre la situación en las empresas e instituciones.
En las calles de las ciudades, aparecen "ojos y oídos" adicionales del régimen: numerosos voluntarios jubilados de entre los residentes locales. Ellos patrullan los barrios asignados e informan a las autoridades sobre cualquier incidente sospechoso.
Incluso en las escuelas se han introducido cargos especiales de "subdirectores de asuntos legales" ocupados por oficiales de policía y jueces. Su tarea es elaborar y mantener expedientes personales de los estudiantes, evaluando el grado de "riesgo" potencial que representa cada niño.
Oficialmente, la aparición del nuevo sistema de vigilancia se explica por la necesidad de velar por el bienestar y la seguridad de la población. Las autoridades afirman que esto permitirá responder más rápido a cualquier demanda social y resolver de manera oportuna los problemas cotidianos de los ciudadanos, sin llegar a los tribunales. Se supone que los conflictos serán resueltos por mediadores especiales del partido.
Sin embargo, existe la preocupación de que el verdadero objetivo del proyecto sea impedir cualquier crítica al Partido Comunista y su liderazgo, incluso en asuntos menores y apolíticos. Los expertos advierten que un control total así sobre la vida de la sociedad puede, en última instancia, dañar gravemente la autoridad y legitimidad de los gobernantes a los ojos del pueblo.
A pesar de los estallidos ocasionales de protestas contra el endurecimiento de las restricciones y el deterioro de la situación económica, Xi Jinping está decidido a expandir el nuevo modelo represivo a todo el país.
El partido también ha emitido las primeras instrucciones especiales de alto nivel sobre el trabajo con el numeroso personal civil de vigilancia. Establecen normas para un procesamiento ideológico reforzado y un sistema estricto de recompensas y castigos para los nuevos "vigilantes".
Uno de los principales logros de la pandemia de COVID-19, según los ideólogos del partido, fue la creación de un sistema de cámaras que permite rastrear los movimientos de los ciudadanos urbanos. Ahora, el líder quiere consolidar estas habilidades de monitoreo a largo plazo.
Los analistas también temen que un control civil y de seguridad tan estricta pueda sofocar seriamente la actividad económica y el dinamismo en la sociedad, que Pekín necesita para superar la crisis actual.
Ya hay empresarios que se quejan de que las constantes patrullas policiales e inspecciones municipales en las calles obstaculizan sus actividades. Por ejemplo, una mujer que vende pollo frito en las afueras de la capital, Jiangjiawan, que se ha convertido en un modelo para implementar la "Experiencia de Fengqiao", no ha podido pagar el alquiler durante tres meses debido a la prohibición de instalar su puesto móvil en la acera.
"Si la economía se ve afectada, surgirán problemas de seguridad", dice la mujer. "La gente necesita ganarse la vida. Si comienzan a ponerse nerviosos por falta de ingresos, la situación se saldrá de control".
Según los medios estatales, ya han surgido los primeros casos de descontento abierto con las medidas de las autoridades, provocados por las dificultades económicas de los ciudadanos. Por ejemplo, en Jiangjiawan, los residentes locales también protestan contra la demolición forzosa de antiguas aldeas para construir una nueva zona turística.
El 98% de casi 1.700 familias aceptaron finalmente la reubicación después de que representantes de la administración distrital visitaran a todos los residentes más de 1.600 veces con persuasiones y explicaciones. Sin embargo, algunas familias insatisfechas con la indemnización continuaron protestando.
"No dialogan normalmente con la gente, simplemente los agotan con presión constante", relató una residente apellidada Mu. Según ella, por las noches grupos de personas desconocidas montaban guardia frente a su casa para intimidarlos, y durante la demolición de edificios vecinos se cortó el suministro de agua. Las autoridades superiores no brindan ninguna ayuda en esta situación.
Otro caso ilustrativo es el del prominente defensor de los derechos humanos Wang Quanzhang, liberado en 2020 después de más de cuatro años en prisión. Desde su puesta en libertad, entre 30 y 40 personas, incluidos policías y observadores civiles, vigilan constantemente sus movimientos en Pekín.
Varios propietarios ya han desalojado a Wang Quanzhang de los apartamentos que alquiló. Las autoridades también presionaron a las escuelas para que no admitieran a su hijo de 11 años. "No pensamos que si no podían expulsarnos de Pekín, comenzarían a perseguir a nuestro hijo", se lamenta el defensor de derechos humanos. "Después de la pandemia, la situación solo ha empeorado".
Sin embargo, el principal obstáculo para expandir el sistema de control podría ser el enorme gasto que requiere. Ya hay señales de que la creación de un ejército de observadores y controladores civiles comienza a ser una pesada carga para las finanzas de las autoridades locales.
Algunos cuadros del partido de base y policías ya se quejan abiertamente en las redes sociales de la excesiva carga laboral y las horas extras debido a las nuevas obligaciones de vigilancia civil. En un contexto de desaceleración del crecimiento económico, el mantenimiento de un sistema de vigilancia así podría convertirse en una carga insostenible para los presupuestos regionales.
En resumen, la noticia describe los esfuerzos del presidente Xi Jinping por expandir un sistema masivo de vigilancia y control sobre la vida cotidiana de los ciudadanos en China, bajo el pretexto de mantener el orden y la estabilidad. Esto involucra el despliegue de cámaras, la movilización de voluntarios para patrullar las calles, el monitoreo de empleados y estudiantes, y presiones sobre disidentes. Si bien las autoridades lo justifican por razones de seguridad, existen preocupaciones de que el verdadero objetivo sea sofocar cualquier crítica al Partido Comunista y su liderazgo, incluso en asuntos menores. Además, podría tener costos económicos significativos y erosionar aún más la legitimidad del régimen a los ojos de la población.